FUNDAMENTACIÓN

Inicio » FUNDAMENTACIÓN

En los últimos años el mundo ha sufrido una exagerada y desproporcionada explotación de los recursos naturales sin precedentes en la historia de la Humanidad . La actual capacidad de la especie humana para explotar estos recursos a escala mundial y producir una transformación de nuestro medio ambiente ha provocado la aparición de grandes problemas ambientales, tanto locales como globales. La humanidad está rompiendo el binomio persona-territorio, ignorando que está asentando las bases de su propia destrucción, desafiando incluso algunas de las principales leyes naturales, entre ellas la del respeto a la Tierra y a sus ciclos naturales. Está rompiendo el equilibrio armónico que le ligaba a los demás seres vivos, a los ecosistemas y a la Tierra. Está olvidando su responsabilidad con el enorme legado que representa la naturaleza. Está quebrando este equilibro sin tener todavía un conocimiento suficiente para comprender la enorme complejidad que presenta la biosfera y las afecciones que en ella está produciendo, muchas de ellas irreversibles. Parece no darse cuenta ni comprender las trascendentes consecuencias que sus comportamientos están causando en el presente y pueden causar en el futuro.

La persona no ha escuchado que la biosfera representa una preciosa sinfonía, de belleza inigualable, tocada de modo armónico y melodioso por una multitud de afinados instrumentos y que cualquier cambio en uno de éstos, en un elemento del medio ambiente, provoca ya la desafinación y pérdida de la belleza concebida en su música. Desgraciadamente son muchos los instrumentos que en la actualidad están desafinando e incluso desapareciendo de la orquesta, corriendo el riesgo de afectar y corromper definitivamente esta maravillosa música transformándola en un desordenado e inútil ruido. En definitiva, la especie humana, de forma pretenciosa, ha querido controlar los procesos ambientales, inconsciente de la dificultad intrínseca que presenta este cometido. Ha pretendido utilizar la naturaleza reduciéndola a mera mercancía, mero recurso del que puede disponer a su antojo, olvidándose de su papel gestor, de su papel custodio y de que es su propia existencia, su propio ser, el que está en juego. La especie humana ha olvidado de que es con la Vida con lo que está jugando, tratando de imponer sus propias reglas a las naturales. Parecen olvidar que cada vez que atenta contra la Vida están atentando contra sí mismo. Y es que ontogénicamente las personas estamos unidas enteramente, indisolublemente, radicalmente, a nuestro medio ambiente. Si la biosfera muere, si sus plantas, si sus animales mueren, nosotros moriremos también.

Las repercusiones de estos graves problemas ambientales sobre la salud y vida de las personas son patentes, a la vez que es cada vez más imperiosa la necesidad de poner remedio a los enormes impactos ambientales que las personas están causando en el planeta. Para abordar de forma adecuada la solución o minimización de estos impactos ambientales, de estos efectos negativos sobre el medio ambiente, tenemos que ser conscientes de que necesitamos de soluciones complejas, integrales y globales, que incluyan una consideración holística del medio ambiente. Sólo así podemos ser conscientes de la multitud de elementos del medio ambiente a los que estamos afectando directa o indirectamente y pensar en cómo podemos evitar o reducir en la medida de lo posible dichos efectos. Esta forma de pensar es la que podemos utilizar en el paradigma propuesto por el desarrollo sostenible, compatibilizando el desarrollo con el respeto a los recursos naturales, a la Tierra, a la Vida.

Pero esta forma de desarrollo, este llamado desarrollo sostenible, plantea un problema conceptual y es que no incluye límites ni define exactamente qué se considera un desarrollo sostenible y qué no lo es. Entre otros requisitos no clarifica la dimensión de las necesidades que tendrán las generaciones futuras. Por eso, al no definir límites, se hace necesario buscar referencias éticas y morales que delimiten, que enmarquen, el desarrollo de nuestras actividades humanas.

Entre las múltiples actividades que la humanidad realiza en la actualidad y que afectan a nuestro entorno se encuentra la horticultura. Esta actividad viene realizándose probablemente desde el Neolítico, hace unos 10.000 años. Ya en el periodo moderno, en los últimos años ha alcanzado una gran significación, debido al aumento poblacional y, ya a nivel familiar, al valor de economía complementario que esta actividad puede proporcionar. Además esta labor, mayoritariamente asociada a entornos rurales, está siendo promovida y está cada vez más presente en entornos urbanos, bien a través de la horticultura de terraza y balcón, o ya por huertas privadas o municipales que las entidades locales ponen a disposición de sus vecinos y vecinas. La labor hortícola tiene consecuencias sobre el medio ambiente y no sólo en su fase de creación, sino también en su fase de producción y gestión.

Hasta ahora el desarrollo sostenible en el ámbito de la horticultura estaba implementándose a través de la denominada horticultura ecológica, que implica el ejercicio de buenas prácticas medioambientales. Y eso está muy bien. Tener en cuenta el medio ambiente en todas y cada una de las fases de creación del huerto y de su mantenimiento puede hacer que poco a poco avancemos hacia una conciencia responsable y respetuosa con nuestro planeta y a la mejora de nuestros recursos naturales. Estas buenas prácticas están incluso afectando al estilo de diseño de la huerta (por ejemplo mediante la técnica de bancales en altura). Cambiar modelos de gestión de los recursos naturales como el agua, mediante sistemas de riego eficientes, puede hacer que poco a poco nuestro medio ambiente, y, por lo tanto, nosotros mismos vayamos mejorando.

Pero no basta con tomar conciencia sólo de los criterios ecológicos. En esa dualidad ontogénica persona-medio ambiente no podemos bascular únicamente hacia el término medio ambiente. No podemos olvidar el término persona. O al menos, no podemos excluirla de la visión ecológica. Por eso se trata de integrar también los aspectos sociales a la labor hortícola. Se trata de incluir lo social, ¡cómo no!, en lo ecológico, dándole el protagonismo que merece.

El modo de vida de la sociedad occidental actual, condicionada por un marcado neoliberalismo y un consumismo desaforado, apoyados además de forma intensa por la publicidad, también causa una serie de problemas sociales, posiblemente más acusados en las ciudades. La creciente desigualdad ha generado la aparición de un colectivo de exclusión social o en riesgo de exclusión social en lo que Novo (2003) denomina el cuarto mundo. Se da hoy una profunda crisis de cohesión social, que nos ha llevado a despreocuparnos del prójimo y enfrentarnos individualmente a la vida, sin tener conciencia de la importancia que tiene una buena estructura social. Esta situación hace todavía más acuciante tener en cuenta esta problemática social-ambiental en todas nuestras actividades. La brecha social puede suponer un riesgo para el desarrollo de políticas sociales ya que, no existe el principio de solidaridad necesario para apoyar acciones enfocadas a la redistribución del bienestar. Por eso la horticultura no puede ser ajena a estos problemas y debe tomar conciencia de los grandes beneficios (obviamente no nos referimos sólo a beneficios económicos) que su desarrollo puede proporcionar a las personas.

Entre estos beneficios se encuentran los de ambientalizar las ciudades, creando vida donde no la hay, regenerando espacios degradados, creando espacios de bienestar que puedan cumplir, aunque en ocasiones de forma parcial, algunas de las necesidades de las personas, como la de acercamiento a la vida natural, la de proporcionar ocio constructivo, actividad física, paz, tranquilidad, juego, alegría, contemplación, socialización. Los huertos pueden de esta manera ayudar a rehumanizar la sociedad, ayudando a reconstruir el binomio persona-medio ambiente y recuperar parte de la alienación que en muchas ocasiones el entorno urbano nos causa.

En definitiva los huertos pueden aportar muchos beneficios, consecuencia del fomento de valores en las personas. Estos valores son los que ayudan a que las personas sean mejores, que vayan creciendo positivamente, que se realicen de la mejor forma posible y así se consigan sociedades más justas, equilibradas y humanas, defensoras de la Vida en todas sus dimensiones.

Con el objetivo de ayudar a construir ese mundo mejor que recupere el papel que juega el medio ambiente en la vida de las personas, se quiere denominar y conceptualizar con el término de horticultura ética al tipo de horticultura que tenga en cuenta en el desarrollo de su actividad tanto aspectos ecológicos como sociales.

Por supuesto la horticultura ética plantea un camino a recorrer. No se pretende que desde el primer minuto de la actividad hortícola ya se realice perfectamente toda la creación y gestión de forma ecológica y social. Ni mucho menos. No es fácil. La horticultura ética plantea un camino a recorrer, donde es tan importante el camino como el resultado. Además es un camino de aprendizaje, una horticultura abierta a descubrir nuevas buenas prácticas entre todos y todas. Es un camino participativo, donde cualquier aportación será bienvenida.

Se es consciente de que el término “ético” puede parecer pretencioso y que en ocasiones ha sido manipulado y utilizado. En nuestro caso no se ha querido ser pretencioso, ni manipular el término, ni dictar sentencia sobre lo que es ético y lo que no. Llevando esta idea al extremo, pudiera parecer que el que no realiza las recomendaciones que aquí se exponen no está siendo “ético”. Nada más lejos de nuestra intención. Como se ha comentado, el huerto ético es una forma de hacer las cosas, un recurso para formar personas que sigue un camino dialógico y participativo que se inicia aquí. Un camino en el que caben muchas equivocaciones y no pocas incoherencias, pero que poco a poco se pretende ir limando para conseguir trabajar en un escenario más humano.

Comments are closed.